Hace ya algunas semanas que, aprovechando que aun quedaban días de vacaciones y estábamos en Madrid con las niñas, nos apetecía conocer algún sitio bonito. Pero no solo debía gustarnos a nosotros, la idea era tener un poco entretenida a Emma (Carmela es santa y aguanta bien en el carro bastante rato). Como ya habíamos tenido una alta ración de playa y piscina y deseábamos algo diferente pero que le enganchara.
Así que me acordé que en la lista de cosas a hacer del pasado Otoño y de que aun tenía pendiente por visitar el Museo del Ferrocarril. ¡Y menudo acierto! ¿Lo conocéis? Seguro que alguno de vosotros si, sobre todo porque es uno de los planazos de oro con niños en la capital. Y si no es así, a lo mejor lo habéis visto como escenario de alguna película o serie.
El museo está ubicado en el edificio de viajeros de la antigua estación de tren de Delicias, originaria de 1879. Es un espacio diáfano, de gran amplitud, construido sobre un esqueleto de hierro, al más puro estilo industrial, como otras estaciones de ferrocarril españolas del s. XIX. En ella, sobre las antiguas vías están colocados unos tras otros locomotoras, automotores y coches, producidos en distintos países desde mil ochocientos y pico hasta la actualidad.
Eso es quizás lo que más me gusta (además del olor a estación y tren que permanece): poder acercarte a cada pieza expuesta, asomarte por las ventanillas, e incluso subirte y sentarte en los asientos. Y todo eso hacerlo en el lugar originario al que pertenecen. Así todo es más real. Por eso creo que a los niños les gustan tanto.
En las salas de los andenes de los laterales también hay algunas maquetas y colecciones de cosas relacionadas con la industria del ferrocarril. Nosotros dimos un paseo muy tranquilo por allí y acabamos la visita tomando el aperitivo en un tren restaurante de los más pintoresco. Fue un gran día para todos y creo que volveremos a repetir cuando Carmela sea lo suficientemente mayor como para disfrutarlo tanto como Emma. ¡Muy recomendable!